Rescatando un antiguo reportaje

En una soleada tarde de marzo del año 2.000, cuando aún no se habían pasado los efectos de la resaca carnavalera, vi cumplido el deseos de conocer de primera mano los entresijos del carnaval de Mérida de los tiempos antes de la prohibición, a través de alguna persona que hubiese participado de forma activa en ellos.

Gracias a la intervención de Zapa nos presentamos en la casa de Antonio Salguero (q.e.p.d.), emeritense que participó en los carnavales de 1935 con la estudiantina “Los Pajes”, y con el que pudimos mantener una interesante y agradable conversación sobre el pasado.

Al principio de la charla se dejaba entrever cierta reticencia por parte de nuestro entrevistado, ante el temor de no poder ayudarnos, ya que el paso del tiempo había borrado gran parte de los recuerdos de su memoria. Temor que a la postre resultaría infundado, ya que afortunadamente pudimos comprobar que aún retenía gran cantidad de detalles acerca de cómo era el carnaval y la vida en aquellos tiempos.

Además, y como refuerzo, contamos con el inestimable apoyo de su esposa, Eugenia Benítez, que aparte de dar una mayor confianza a nuestro veterano carnavalero, apuntó abundantes datos de la época, lo que sin duda alguna enriqueció de forma notable la información recabada

Así pudimos conocer que la estudiantina estaba conformada por un grupo de chicos, todos hombres, de unos quince años de edad, “amigos y conocidos de los bailes”, que se reunían por carnaval.

Fueron varios los años en los que este grupo salió en carnaval, como cuando se disfrazaron de gondoleros, si bien el más recordado es el de pajes.

Cada año preparaban un repertorio, que normalmente era obra de una misma persona que actuaba a modo de líder de la agrupación, y que después ensayaban a las afueras de la ciudad, en lo que por entonces popularmente se conocía por “el lejío”.

Nunca cantaban por la calle, sino que sus actuaciones se llevaban a cabo en los distintos bailes privados que se organizaba en diferentes salones de la ciudad: el Liceo, el Casino, el Artesano, el Disloque...,y donde gozaban de gran aceptación popular.

Pero no sólo cantaaban en Mérida, sino que incluso a veces actuaban en otras localidades. Como aquella ocasión en la que fueron al “Salón Obrero” de Almendralejo, donde tras finalizar su interpretación, fueron agasajados en un domicilio particular con un plato de “cojondongo”, típico plato extremeño, que por entonces era poco conocido en Mérida y cuyo particular nombre provocó la risa de más de uno.

Sus canciones no eran malsonantes, ni suponían ninguna crítica contra nadie ni nada en concreto, sino que por lo contrario tenían más bien cierto carácter poético, de ahí que nunca tuvieron problemas con la censura. Afortunadamente aún hoy se conserva testimonio escrito de algunos de sus temas, en los que se puede corroborar lo expresado por nuestro entrevistado.

Así a ritmo de pasodoble y vals, y bajo las elocuentes frases a modo de arengas : ¡Los Ases de la Alegría! y ¡Los Triunfadores del Carnaval!, interpretaron en 1935 su repertorio.

Había más grupos en la ciudad, pero tenían un carácter menos estable, algunos de los cuales si interpretaban canciones más ácidas, como aquellas famosas letrillas que por entonces se le sacaban al famoso salón de baile: El disloque.

Gran parte de los miembros de la agrupación tocaban  guitarras, bandurrias y laúdes, cuyo manejo habían aprendido en el Liceo, acordes que eran complementados al son de panderetas por aquellos carnavaleros que no sabían tocar ningún instrumento de cuerda.

Al margen de buscar el deleite del público con sus canciones, también tenían cierto interés pecuniario. Así de forma similar a las actuales tunas, solían pasar la gorra, papel que le tocaba al benjamín del grupo, el cual además, en el caso que nos ocupa, pertenecía a una conocida familia de la ciudad, por lo que las posibilidades de obtener una buena recaudación estaban más garantizadas. Pues, ¿a ver quien se  negaba a darle una moneda al hijo de “Valverde el dentista” ?

Los carnavales de entonces, según nuestro amigo, eran muy distintos a los de ahora. Los únicos actos que se organizaba eran los bailes que surgían a iniciativa privada que duraban hasta bien entrada la madrugada, no desempeñando ningún papel el Ayuntamiento.

A diferencia de otras localidades, como por ejemplo Torremejias donde los mozos del pueblo corrían unos gallos, no se celebraba ningún acto pintoresco en torno al carnaval.

En estas fiestas se bebía poco, pues no abundaba el dinero, pero eso sí se bailaba mucho, lo cual era aprovechado por más de uno, que tras la protección de la máscara, al menos intentaba llegar con su pareja a algo más allá que el inocente roce de una mala interpretación del compás.

Esto resultaba más habitual sobretodo en los bailes del disloque, que eran muy “adelantados” para la época, y donde ocurrió la anécdota de un chico que tras pasarse toda la noche bailando con la misma mujer, se llevó una gran sorpresa al final de la velada tras descubrir, sin caretas de por medio, que su inseparable pareja era ni más ni menos que su madre.

Como se puede comprobar si bien el carnaval de entonces era bastante diferente al actual, en cierta forma, tanto en lo que se refiere a ciertos aspectos de la fiesta como las particularidades que conformaban las agrupaciones, guarda ciertas similitudes con el actual.

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